lunes, 19 de enero de 2009

Tipologías del Belgrano

Mientras estudiaba en la Facultad de Ciencias Sociales, todos los días tomaba el tren desde los Polvorines hasta Retiro. He viajado diez años en el ferrocarril Belgrano Norte, razón por la cual, tengo muchas anécdotas y experiencias que me gustaría compartir con ustedes. Escribí algunas historias y el otro día, buscando unos papeles, di con ellas por casualidad.

Inspirado en el “informe sobre ciegos” de Ernesto Sábato construí la siguiente tipología. Para no herir susceptibilidades progresistas, quiero aclarar que las tipologías no pueden aplicarse a ninguna persona en particular, más bien, son exageraciones de ciertos rasgos de la realidad. En este caso, he caricaturizado a ciertos personajes que desfilan cotidianamente por los pasillos de los vagones; espero que les guste.

Resulta ser que cualquier viaje en tren es la oportunidad perfecta para asistir a un espectáculo de lo más variado. Es un teatro moderno, por el cual los artistas atraviesan la formación de principio a fin; el escenario es la pasarela. En verdad no molestan tanto los vendedores, es más, algunos suelen ser graciosos cuando en horas de la tarde, con un poco de alcohol en las venas, se animan a cambiar su discurso de presentación y oferta, tornándose más genuinos y atrevidos. Pero los mendigos, ¡válgame Dios, qué destreza para llegar a los pasajeros! Si tuviera que enumerarlos terminaría por aburrirlos, así que traté de recoger una muestra de los casos más representativos.En primer lugar ubicaría a los niños tarjeteros; en el segundo, a las madres con sus bebés en brazos (también repartiendo tarjetas); y por último, a los lisiados de toda índole.
MODALIDADES
Dentro del primer grupo, hay un niño de siete años que presenta una modalidad diferente en el arte de entregar las tarjetitas, que lo destaca de los demás. La misma consiste en dar la mano a los varones y besar a las señoras, para depositarles inmediatamente sobre sus faldas un almanaque o signo zodiacal.En el segundo grupo, no se presenta una modalidad específica ya que el cargar con la criatura (casi siempre dormida) le resta movilidad.Dentro del tercer grupo (lisiados), hay un personaje que presenta una estrategia infalible, aunque con grandes limitaciones. La misma consiste en “repartir” a cada pasajero una ordinaria cadenita de fantasía, a la vez que “ruega” para que no se la rechacen. Una vez realizada esta tarea comienza a relevar su estafa disfrazada de filantropía: - La cadenita, señores... es un obsequio, por favor quédensela, no me la devuelvan. Yo no les estoy vendiendo nada, de chiquito me enseñaron que un buen gesto no tiene precio. Y como yo debería agregar, tullido como me ven- agradezco estar vivo, quiero que comiencen el día la tarde o que regresen a sus casas; según la ocasión- con una sonrisa. Nadie se sienta obligado a ayudarme, pero aquel que de corazón lo sienta y pueda... yo les estaré muy agradecido.
ANÁLISIS
En el primer caso, el factor importante es el contacto personal. En la ciudad, donde la densidad demográfica es muy alta, todos quieren evitar el contacto con otros cuerpos extraños. Se viaja mal, se camina apurado y no se miran a las caras cuando hablan. Por eso cuando un niño aborda a un adulto extendiéndole la mano, éste último es invadido por el desconcierto. Una mano en el aire, una mano (simbólicamente) limpia y amistosa, una mano que no esconde nada. Pero sabemos que no es así; esa mano no es desinteresada. Es la pequeña mano de una gran corporación que explota a niños como éste a la vista de todos. En el segundo caso, lo que prevalece es el contacto visual. El hecho de observar a esa pequeña criatura en los brazos de su (supuesta) madre; adormecida y descuidada, puede enternecer a cualquiera. Continuemos con el último caso; en el mismo, la coacción moral es insoportable. Ya que interviene una serie de factores y códigos culturales que al menor atisbo de ser quebrantados, produce desconcierto en la muchedumbre. Sin tener la intención de ordenarlos jerárquicamente, podríamos elegir uno de ellos casi al azar: “la naturalización del mercado”. Hemos sido socializados tan exitosamente en estas cuestiones del intercambio que bien sabemos que para participar en el mercado hay que llevar “algo”(es decir, una mercancía). Ese “algo” ha sido hartamente analizado por todos los que se han dedicado al estudio de la economía política, por lo que no he de detenerme en este aspecto, sino en el efecto desestabilizador psicosocial que genera el quebrantamiento de las leyes. En este caso, me referiré a la ley fundamental del mercado, es decir, a la “oferta y demanda” de un bien o servicio. Todos; absolutamente todos los seres sociales, desde un “burro hasta un gran profesor”, saben cómo funciona el mercado, al menos en estas dimensiones analíticas. Alguien vende un paquete de pastillas en el colectivo y la gente paga por ello un precio “razonable”. Nadie pagará un precio desorbitable por un bien prescindible. Pero no quiero adentrarme en cuestiones técnicas de la economía, es decir, sobre el carácter elástico o inelástico de los bienes. Como decía, desde el aspecto psicosocial, la ley fundamental del mercado se rompe cuando alguien no exige una contraprestación por un bien o servicio. Así que en el caso de la cadenita obsequiada por el lisiado genera desconcierto en la multitud enclaustrada en un medio de transporte. Tal vez, nada de esto ocurriría si el oferente interpelara en forma individual a una persona determinada, que camina sola por la calle, fuera de la presión que ejerce la sociedad o un grupo social. La frase “nadie se sienta obligado a ayudarme” debería leerse en su sentido opuesto, ya que al eliminarse la lógica mercantil guiada por la razón y el “egoísmo” de los contratantes, se apunta a la “solidaridad” social. Es más, si uno no se desprende de una moneda, como contraprestación por esa bagatela, podría sentirse un miserable; pues ha de sentir los ojos de “la sociedad” clavados en su espalda. Qué quede bien claro, ¡ésta modalidad operativa es una estafa! Afortunadamente, las limitaciones con la que cuenta es la misma a la del chiste. Es decir, no causa el mismo efecto al experimentarse por segunda vez. Como la gente suele viajar todos los días, aproximadamente a la misma hora, y realiza el mismo recorrido, suele conocer a todos los personajes que circulan por el tren. Por este motivo, un estafador que reitere su farsa sería detenido por los guardias o en el peor de los casos, linchado por la multitud. Pero específicamente hablando del lisiado, su artilugio se desvanecería si los pasajeros se negaran a recibir la mercancía, o si alguna persona dispuesta, sin temor a la exposición y al ridículo, denunciara a viva voz al embaucador.

Walterio
wmonsalvo@gmail.com

0 comentarios: